Una plática de sordos por teléfono: a rachas yo no lo oigo, a rachas él sólo distingue el murmullo de la calle por donde camino. Pero nada importa, porque concluye "No te oigo nada, pero te quiero mucho".
Una noche en Barcelona. El presupuesto para la cena era de unos dos euros. Encontré una tiendita que vendía guisados (precio según peso) y baguettes y logré entenderme bien con el viejo catalán que se negaba a hablarme en español. Fui su heroína esa noche, terminamos comiendo a cinco metros de un indigente mientras él me miraba con la luz del mundo en los ojos.
Y uno más críptico. Cuando casi como reproche le mencioné la paulatina disminución de las apasionadas letras con que me cubría, me respondió: "ahora creo en la poesía de la acción, la full brigh light".
Por eso y todo lo demás.