lunes, 6 de noviembre de 2017

Yo no soy de las que gustan, sino de las que obsesionan. Sobre sapiosexualidad

Hace meses más de un año publiqué aquí parte de un texto de Egolandia de Mercedes Reyes Arteaga. Aplica para mí, sí y no.

A la carne que cubre el hueso le ponen una mente
y a veces un alma, y las mujeres avientan
floreros contra las paredes y los hombres beben
demasiado y ninguno encuentra al
otro pero se mantienen
observando arrastrándose dentro y fuera
de la cama. La carne cubre al hueso pero la
carne busca algo más que carne...

Charles Bukowski


Yo no soy de las que gustan. No poseo una belleza hollywoodense, mi rostro cumple con algunos de los cánones de belleza occidental tradicionales, pero también desafía profundamente otros. 

Soy demasiado flaca, o más bien huesuda para algun@s, sobre todo de la cintura hacia arriba. Demasiado voluptuosa de la cintura hacia abajo para otr@s. 


Nunca me sentí hermosa hasta que estuve en la universidad, probablemente porque en mi facultad de filosofía y en la escuelita donde estudié periodismo encontré a gente con criterios de belleza más amplios, pero sobre todo que valoraban más otras cosas por encima del puro físico.

Me considero, sí, una persona sumamente atractiva. Modestia aparte, creo que eso obedece sobre todo al montón de cosas que cargo en la cabeza, a mi personalidad que lo mismo puede fascinar que desconcertar profundamente. No soy alguien de medias tintas: soy más bien un gusto adquirido que un crush fácil.


Con respecto a quienes a mí me atraen, me considero muy sapiosexual --es decir, nada me excita como un buen cerebro. El conocimiento, la experiencia, la inteligencia, me son irresistibles. He estado con personas que caerían, según los cánones de la mayoría, más del lado de la fealdad que la hermosura. Y he descubierto la atractiva seguridad de l@s fe@s, pero también que para mí el físico es bastante irrelevante. En términos físicos, me basta con que me guste el color de sus ojos, la forma de sus manos o espalda, el timbre de su voz o el aroma de su piel. 

En cuanto a lo no físico se refiere, soy más bien exigente. Tengo que admirar a una persona profundamente para sentirme sexualmente atraída a ella. Y me gustan inteligentes, entre más, mejor. Nada apaga mi deseo tan pronta y rotundamente como la gente que considero estúpida, por más que puedan ser modelos de físico "perfecto". El sentido del humor no me es indispensable, pero sí suma un montón de puntos, además de que la gente realmente genial suele ser divertida. Los gustos comunes tampoco son necesarios, pero facilitan la relación.


Ahora bien, la sapiosexualidad no necesariamente implica el coito, pero tampoco lo excluye. Aunque me considero una persona bastante sexual, he tenido grandes amores con los que no me he acostado. Y me he acostado con gente con la que tengo relaciones casuales que amb@s sabemos pasajeras, sin que eso implique que sea menos selectiva en cuanto a sus dotes emocionales, intelectuales, etcétera. 

Quizá por estas mismas características es que a veces, más que gustar, obsesiono. Digamos que porque a  menudo me relaciono con personas igual de intensas que yo, porque soy altamente selectiva, y también porque me involucro con las personas antes de tener una relación. No digo que me vea criando hijos o viviendo con quienes he tenido sexo casual, sino más bien que en esas contadas ocasiones he tenido una conexión emocional o intelectual lo suficientemente rápida y profunda para pasar a lo sexual.


Mi mejor amigo me lo ha dicho más de una vez. "Es que después de ti algo cambia", porque soy "demasiado", y no necesariamente en sentido positivo. A veces soy demasiada información, demasiadas emociones, demasiada inestabilidad, demasiada tristeza. Demasiada vagancia, complejidad, adrenalina, historia... demasiado de lo bueno y también de lo malo.


Aquí hay un test para saber si eres sapiosexual. Yo obtuve 95 de 100. 

sábado, 4 de noviembre de 2017

in som nio


En el insomnio de la noche caben 
caravanas en el desierto
 e hileras de pingüinos saltando al agua. 

Elsa Cross



He fracasado en todo. Como no me hice ningún propósito, quizá todo fuese nada. 
Fernando Pessoa