lunes, 30 de abril de 2012

De cómo construir monumentos a Zapata y (no) seguir matando campesinos

Para Xavier, Miguel y Eliot. Porque Oaxaca también es México y ahí dios nunca muere.
Para Jethro y el insurgentito.
Para los que todavía "piensan" que el PRI y el copetudo pueden ser la solución.


Emiliano Zapata vio derribar las huertas y las casas del barrio de Olaque en Anenecuilco, por órdenes del Hacendado Manuel Mendoza Cortina que hacia crecer los campos de la Hacienda de Cuahuixtla sobre los predios de Anenecuilco. Ante la enorme injusticia su padre rompió a llorar, Emiliano de 9 años se acerca y la pregunta:
__" Padre ...¿porque llora?
__"Porque nos quitaron las tierras" --contestó su papá.
__" ¡¿Quienes?!" inquirió el niño.
__"Los amos" respondió.
__¡¿Y porqué no pelean contra de ellos!?"
__ "Porque son poderosos" dijo su padre. Emiliano luego de meditar afirmó:
__"Pues cuando yo sea grande haré que las devuelvan".


(Narración de Jesús Sotelo Inclán, tomada del FB de Pablo Moctezuma)


La imagen, tomada del tumblr de La Otra División del Norte.
Y al recordar la traición de Chinameca todavía se estremece nuestro corazón. Porque Emiliano fue de los mejores hombres que esta tierra ha dado, porque lo mataron porque nunca pudieron comprarlo, embaucarlo o convencerlo. Porque cuando Villa se sentó en la la silla presidencial a manera de broma, Zapata se negó a hacerlo siquiera para la foto, porque para él lo importante no eran el poder y sus simbolismos sino su lucha constante por la tierra y la justicia.

Porque de él un republicano español  --que peleó por la primera y segunda República, y luego en contra de Franco, pasando por campos de concentración y hasta terminar sus días en Francia-- dijo: "Con dos hombres como zapata la República no hubiera muerto".

Porque mientras el RIP le construyó monumentos por todo el país, no dejó de asesinar a los Zapatas de los años 50, 60, 70, 80 y actuales. A toda la gente digna que recuerda que la tierra no se vende, se cuida y se defiende, y pertenece a quien la trabaja.

Por todo esto Zapata vive, y no lloramos, recordamos. La lucha sigue.

jueves, 19 de abril de 2012

Por la boca mueren el pez y Wilde, o el 20 por ciento de los problemas que tenemos es por pendejos y el 80 por ciento, por metiches (o imprudentes)

Este año he pensado a menudo que la honestidad imprudente puede ser uno de mis principales problemas. Desde, digamos, octubre del año pasado hasta hoy, mediados de abril, me ha traído cuatro conflictos mayúsculos con distintas personas.

El primero de los pleitos fue familiar, y se debió quizá, no tanto a la honestidad, como a lo poco propicio del momento y al hecho de que la persona en cuestión resulta tener la misma honestidad inoportuna y a veces hiriente que yo (familia al fin y al cabo) y ambas partes dijimos cosas que nos lastimaron profundamente. Moraleja: mejor callarme cuando tengo exceso de estrés y desvelos acumulados, ya que no cuento con la percepción necesaria para diferenciar un buen momento de uno malo para hablar.

Del segundo y tercero de los encontronazos podríamos decir que si no fueran trágicos, resultarían en verdad bastante cómicos. En uno no sé hasta qué punto operó mi falta de sensibilidad y el exceso de ídem por parte de la otra persona. Y el otro fue, de plano, un caso clásico de "al que le quede el saco que se lo ponga" en el que comprobé de manera dolorosa que, como dice Pessoa, por la boca mueren el pez y Óscar Wilde (y también Adriana del Moral). Resumen de la tormenta: ofrendas de paz que se entendieron como llamados de guerra, viejas rencillas redivivas cual zombis endemoniados, nueva información sobre viejas diferencias y, finalmente la conclusión --tristísima para mí-- de que quizá hay personas que una vez fueron muy cercanas pero no pueden serlo otra vez.
Moraleja 1: al principio pensé que la mejor opción sería dejar de escribir reflexiones íntimas de manera semi pública, porque nunca falta el sensible que piense lo peor y lea reproches que no son tales. Pero luego tuve que enmendar mi conclusión, porque descubrí también que justo el hacer pública mi intimidad es parte de lo que me hace quien soy, de lo que me permite crear lazos cercanos con quien amo. Porque así como el exhibicionismo emocional o reflexivo tiene sus consecuencias negativas, también tiene sus recompensas, y algunas personas respondieron a mi cuasi tratado sobre la amistad femenina con comentarios y sobre todo acciones, que me iluminaron y conmovieron. Moraleja 2: contra mis más íntimas y vehementes creencias, descubrí que la amistad sí se puede morir, y se me reveló --dolorosa pero liberadoramente-- que hay relaciones en que el tiro de gracia equivale a una eutanasia piadosa para ambas partes (aquí algo sobre el concepto de eutanasia amorosa, que escribí para otra persona, implicada colateral de lo que aquí cuento).

El cuarto caso es más difícil para mí, quizá porque es el más reciente, pero también porque, a diferencia de los demás, aún no sé si tendrá solución. Estoy segura que el primer pleito se resolverá, no tanto porque seamos familia, sino por el intenso cariño y afinidad que nos unen. Sin embargo, las heridas fueron tan hondas que pienso que la reconciliación llevará tiempo, además de que la distancia física y la diferencia de horarios operan en nuestra contra. Con todo, tengo la tranquilidad de saber que habrá remedio. En los segundo y tercer episodios la respuesta evidente fue que no hay solución porque no existe la voluntad de buscarla, y punto. Quizá en un año, en diez, en veinte, la situación sea distinta, pero hoy por hoy la cosa está así. En este último evento el problema no fue tanto la honestidad en sí, sino el saber a quién y cuándo decir qué. Inexperiencia y diferencia de perspectivas explican la falla, supongo. Como sea, en este caso la moneda está en el aire y espero que la iluminación me llegue para encontrar la mejor forma de aproximarme  a alguien a quien, sin intención y sin dolo, ofendí profundamente. Espero también que para esa persona, como para mí, la amistad pueda más que todos los otros factores. Pero eso, es algo que sólo el futuro dirá.

martes, 10 de abril de 2012

Arder (de ti, para mí, aunque tú no sepas)

Cuando nos besamos trituramos un ángel.
Su última voluntad será nuestro deseo.
Tiempo habrá para escupir sus vidrios de colores,
su sombrero de plumas,
barajas manoseadas por tahúres y ahora

hay que hacerlo entrar,
ofrecerle licor (que él viene de morirse),
acercarle una silla (que lee en la oscuridad).

Dirá sus baratijas,
su forma de guiarnos al secreto de la vieja
estación.
Dirá que el vino está hecho de hojas secas,
que puede hacer un fuego con tu rostro y el mío.
(Ni un centavo de luz a su trabajo).

Cuando nos besamos desollamos un ángel,
un condenado a muerte que va a resucitar en
otras bocas.
No tengas lástima por él, sólo hay que hincar el
diente
y triturar al ángel.
Abrir tus piernas blancas y darle sepultura.

Jorge Boccanera