(fragmento)
Por Stanley Kauffmann
Hay muy pocas razones para pensar que la mejor evaluación de los libros la han hecho sus contemporáneos. Es demasiado temprano para nosotros para atribuir excelencia a ciertos libros contemporáneos simplemente porque expresan preocupaciones de la época; de igual manera es fácil para nosotros, familiarizados con el consenso intelectual y filosófico de nuestra sociedad y nuestro tiempo, descartar libros que no parecen suficientemente "originales"… En los primeros años de su publicación, el Ulises, de James Joyce, El castillo, de Kafka y The Waste Land, de Eliot … fueron descartados con facilidad por ser "extraños" y hasta "engañosos". De la misma forma, en la historia de la literatura, hay demasiados ejemplos de autores que, como Stendhal, parecían demasiado "típicos" de sus propios tiempos.
En la foto William Faulkner.
¿Será que he estado obsesionada con él este mes?
A esto le podemos sumar un corolario: la recompensa de la grandeza es, propiamente, un juicio histórico, no uno contemporáneo. Por mi parte, me gustaría ver un manual de estilo usado por editores de reseñas, desde los menores hasta los mayores, que prohibiera las palabras "grande" y "grandeza", o "perfecto" y "perfección" usados como sinónimos de los anteriores, y aplicados a cualquier ficción menor a veinte años de edad. Si los términos no son válidos cuando aplicados, igualmente se vuelven inválidos -y hasta más ofensivos- cuando son explícitamente negados. ("Claro que ésta no es una gran novela, pero…") Así, quizá, podremos evitar la insinuación de somos capaces de decir qué es lo grande, y lo que no es grande no es bueno, y que todos somos exiliados de un Paraíso Perdido de pasada grandeza continua.
Este artículo se publicó originalmente en
Harper's Magazine en noviembre de 1965. La traducción del inglés por Alexia Lefebvre se publicó en
Hermano Cerdo en enero de 2009.
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