lunes, 19 de enero de 2009

El año que se fue, el año del amor. Inicia el año de la aventura, de la demencia (aunque ésa ha tenido sus décadas de intermitencia)

Para mí 2008 fue el año del amor desbordado y deslumbrante en muchos sentidos —quizá demasiados—, con todos los sentidos. Fue el año que el amor me vapuleó cambiándome toda, que descubrí que los finales felices no siempre incluyen casas e hijos compartidos, y que en mi caso están más lejos que cerca de los vestidos blancos.

Fue el año en que descubrí que amor es también ver fotos de McCurry y hablar de un país que existe más en sus deseos que en mi memoria, de un continente que me invento y me reinventaré hasta hacerlo irreconocible para los geógrafos. Que el amor va bien con chai, con café, con tinto, con pulque, con agua de dudosa procedencia, con tequilas en la madrugada, con todo.

El año en que el futuro me pareció más móvil que nunca y el pasado se me convirtió en un equipaje más ligero.

Un año récord en rabias, pero también en risas, en alegrías, en oportunidades, en aprendizajes. Un año de darme, de recibir. Un año, como dije al principio, plagado de amor.

Gracias a todos. Mujeres y hombres, niños y viejos, conocidos y anónimos. Porque el amor viene en mil formas y colores, porque si algo aprendí este año, es que no se consigue deslactosado y endulcorado en el súper. Que tiene más que ver con un huracán o un autobús atropellándote que planes calendarizados y asépticos.

Y como posdata, va un resumen de algo que también es amor y también me tocó. Para dolerme, para hacerme sonreír. Para hacerme otra.

"A nosotros no nos preocupa quién, o cómo, o con qué se va a dirigir esa rabia. No nos preocupa la velocidad del sueño. Hemos aprendido a confiar en la gente. No necesitan quien los dirija. Se dotan de sus propias estructuras para luchar y triunfar. Toman en sus manos sus propios destinos, y lo hacen mejor que los gobiernos que se imponen desde fuera."

En cambio, "nos preocupa el rumbo y el destino". Y que "el mundo que vaya a parir nuestra rabia se parezca al que hoy padecemos". Ante la tentación de la hegemonía y la homogeneidad, "los pueblos nos enseñaron que hay muchos mundos y que es posible y necesario el respeto mutuo". "No nos propusimos organizar y dirigir a todo México". "Reconocemos nuestros límites, nuestras posibilidades, nuestra 'proporcionalidad'".

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