Hay edificios hermosos tomados por infinitas cajas de papeles, sueños arquitectónicos desperdiciados ante la mirada gacha de los burócratas. Para recuperar esos espacios hay que tomarlos por asalto, burlando guaruras, policías déspotas y secretarias desconfiadas.
Así, echando mano de mis mejores lecturas sobre espionaje y de mi máxima de que un buen saco y una linda sonrisa abren cualquier puerta, invertí hoy una hora en perderme entre los murales del edificio de la SEP en Santo Domingo.
Para empezar, el lugar es hermoso y es como varios edificios a la vez: el rosa de corredores volados con el mural de Siqueiros en la escalera, el de piedra gris con las paredes llenas de visiones de Rivera y uno color crema, pequeño, con macetas en las esquinas.
El mural de Siqueiros es, como toda su obra, muy fuerte. Da la sensación de abalanzarse sobre quien sube las escaleras o se para en el descanso a mirarlo desprevenido. De Rivera (por más detestable, déspota y desleal que fuera como persona) me encantaron el de la danza del venado (en blanco y negro) y "El banquete de Wall Street", ambos en el tercer piso.
Según un amigo que lleva algunos años trabajando en el edificio, los frescos se hicieron muy en el tono de "qué tal si te haces unos murales, Diego, y de paso nos gastamos el presupuesto". Mecenazgo de papá Estado a uno de los hijos predilectos de la posrrevolución, vale la pena mirar las obras. La imagen que lustra la entrada es una foto del mural Fraternidad, pintado por Rivera en 1928.
La libertad es un espacio interno. Todos debemos inventarnos nuestras formas para decir "aunque seas mi jefe no eres mi dueño".
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