Para mi familia, la de sangre (sobre todo papá Toño) y la elegida. Para Luis Hernández Navarro, para Alfredo y el Arturo.
Se ha convertido en mi última confesión política: me encantaría decir que apoyo al SME; la verdad es que no puedo. Me encantaría decirlo porque me considero de izquierda, porque si tuviera que elegir un "ismo" con qué definirme, éste sería sin duda el anarquismo y por ende, le concedo un peso importante al sindicalismo.
Quisiera decir que estoy con el Sindicato Mexicano de Electricistas porque el noventa por ciento de mis visiones políticas quedaron selladas cuando mis tíos adorados (que se conocieron y enamoraron en el sindicato de telefonistas) me prestaron El corto verano de la anarquía en una edición de antes de que yo naciera. Que estoy con los electricistas porque mi tatarabuelo materno fue de los fundadores del sindicato de CFE en Guadalajara y eso le costó el trabajo y terminar sus días trabajando en el club Atlas (lo que explica la irrevocable lealtad de mi familia por el equipo: les van aunque ganen).
Quisiera decir, como han hecho muchos adherentes, que al final estoy con ellos porque son trabajadores, como todos nosotros y todos mis compañeros. Pero tampoco puedo.
I: Si Bakunin, viviera, al ver esto se muriera...
Siempre he pensado que, de alguna torcida forma, el sindicalismo mexicano ha naufragado en la mayoría de sus experiencias. Mientras que en los países escandinavos los sindicatos sirven (si creemos a Newskeek) para llegar a acuerdos de productividad a cambio de mejores condiciones de trabajo, mi experiencia con algunos sindicatos mexicanos es que sirven para justificar ausentismos y alegatos de pereza disfrazados de un "no está en mis funciones", o "ya no es hora de oficina". Y todo eso sólo da argumentos a quienes proponen la compra-venta salvaje del trabajo (con prestaciones mínimas para el empleado, y máximos beneficios para el patrón) como la panacea a todos los problemas laborales.
También el sindicalismo mexicano tiene otro rostro más trágico que, para añadir dolor a la pena, (como dijera Miguel) no está peleado con el anterior: el charrismo. Pero de esa película de horror trágico-surrealista es otra historia, y como diría Ende, merece ser contada en otra ocasión.
Quisiera decir que estoy con el Sindicato Mexicano de Electricistas porque el noventa por ciento de mis visiones políticas quedaron selladas cuando mis tíos adorados (que se conocieron y enamoraron en el sindicato de telefonistas) me prestaron El corto verano de la anarquía en una edición de antes de que yo naciera. Que estoy con los electricistas porque mi tatarabuelo materno fue de los fundadores del sindicato de CFE en Guadalajara y eso le costó el trabajo y terminar sus días trabajando en el club Atlas (lo que explica la irrevocable lealtad de mi familia por el equipo: les van aunque ganen).
Quisiera decir, como han hecho muchos adherentes, que al final estoy con ellos porque son trabajadores, como todos nosotros y todos mis compañeros. Pero tampoco puedo.
I: Si Bakunin, viviera, al ver esto se muriera...
Siempre he pensado que, de alguna torcida forma, el sindicalismo mexicano ha naufragado en la mayoría de sus experiencias. Mientras que en los países escandinavos los sindicatos sirven (si creemos a Newskeek) para llegar a acuerdos de productividad a cambio de mejores condiciones de trabajo, mi experiencia con algunos sindicatos mexicanos es que sirven para justificar ausentismos y alegatos de pereza disfrazados de un "no está en mis funciones", o "ya no es hora de oficina". Y todo eso sólo da argumentos a quienes proponen la compra-venta salvaje del trabajo (con prestaciones mínimas para el empleado, y máximos beneficios para el patrón) como la panacea a todos los problemas laborales.
También el sindicalismo mexicano tiene otro rostro más trágico que, para añadir dolor a la pena, (como dijera Miguel) no está peleado con el anterior: el charrismo. Pero de esa película de horror trágico-surrealista es otra historia, y como diría Ende, merece ser contada en otra ocasión.
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