lunes, 1 de septiembre de 2008

Marchar sin miedo

Los que organizan la marcha son los que tienen secuestrados nuestros salarios.

Todo esto porque se apellidaba Martí. Pero si hubiera sido Martínez,
¿qué habría pasado?

El sábado decidí no marchar "contra la inseguridad". Porque, aunque es un problema tremendo, sus raíces de fondo son bastante complejas, entre ellas la corrupción, la pobreza y la desigualdad de un sistema de gobierno que mantiene a la mitad de la población en la pobreza al mismo tiempo que alberga al tercer hombre más rico del mundo.

No asistí también porque creo que en gran medida la marcha fue convocada por quienes detentan el poder económico. Por los Martí de este mundo, como si los dueños del dinero fueran los únicos con derecho a establecer nuestra agenda como sociedad. Porque entonces, ¿qué pasa con la privatización del petróleo, la escalada de precios de alimentos, las sentencias injustas a presos políticos, los asesinatos contra disidentes?

Ese sábado por la noche me topé con varias personas que regresaban a sus casas tras la famosa marcha. Señoras enjoyadas que trataban de escapar de la "zona de conflicto" del centro con sus playeras blancas y su inflamada conciencia ciudadana, familias enteras que se retiraban tras cenar en algún restaurante, ancianos que volvían solos a casa, padres con sus bebés en carreola.

Imagen: Notimex. Hay que admitir que la marcha tuvo una superproducción. Las velas, la gente de blanco. Y el apoyo de los grandes consorcios televisivos, TV Azteca y Televisa que también quieren secuestrar nuestra inteligencia.

Al ver a toda esa gente tan distinta tuve la misma sensación que me dejaron ciertas marchas contra el desafuero, o algunos de los eventos masivos organizados por el gobierno del DF: que la gente recuperaba las calles, que se sentía dueña de su ciudad.


Entonces pensé que marchar sin miedo en realidad se reduce a eso: a ser dueños de nuestros espacios públicos, a caminar de noche por la gran urbe, a reconocer a los otros como compañeros, como vecinos, como amigos.

Pensé también en lo afortunada que soy por andar por la ciudad monstruo sin miedo, porque no necesito una marcha para caminar por mi ciudad de noche. Como a la mayoría de los capitalinos me han asaltado, pero eso no me ha privado de caminar libremente por donde se me dé la gana, de ir a Tepito o la Lagunilla, de salir de madrugada. Porque como me dijo un serbio en India: "cuando pierdes de verdad es cuando tienes miedo. Porque quieren que tengas miedo, que te encierres, que desconfíes, que pagues a la policía. Y en realidad, no hay nada que temer".

Claro que en esta ciudad los peligros son muy reales (lo eran también en Delhi, donde una mujer es violada cada 30 minutos, y seguro que lo es también en Serbia donde han enfrentado una exterminio por razones étnicas que se asemeja al holocausto judío), pero el caso es que tener miedo no nos protege. Debemos ser prudentes, caminar alerta, desconfiar lo necesario, pero también saber cuándo confiar. Y la mejor manera de estar protegido es no tener nada que perder. Quizá por eso mi facha de vaga pobre me ha protegido mejor que un guardaespaldas o una escolta.

Quiero terminar citando parte de México secuestrado, un artículo de Eduardo González Velázquez. Porque creo que el problema es que el secuestro lo padecemos todos, no solo las personas con dinero. Que lo padecemos en nuestras esperanzas y nuestros bolsillos.

Estamos secuestrados por la impunidad que fomenta y premia las formas tramposas de conducirnos. (...) La impunidad que nos enseña que en México las cárceles son para los que no pueden pagar su libertad, no para quien comete un delito.
Estamos secuestrados por un sistema de impartición de justicia que criminaliza las protestas y los movimientos sociales, que es capaz de condenar a más de cien años a un campesino cuyo delito en todo caso fue defender su tierra y elegir libremente dedicarse a sembrar su parcela, pero que deja sin castigo a los delincuentes de cuello blanco, a secuestradores o narcotraficantes; que deja sin castigo a cientos de policías que en sus operativos violan los derechos humanos de la sociedad.
Como país, estamos secuestrados por la creciente ola de violencia que vivimos día a día. Estamos secuestrados por una política errática por parte del gobierno para combatir el crimen organizado. (...)Estamos secuestrados por salarios que no alcanzan a cubrir las necesidades básicas de los trabajadores; por una errática política petrolera que no potencializa el desarrollo del país; por un reparto desigual de los recursos y las oportunidades en el país (...).

La verdad, es que no necesitamos del amparo de las televisoras o los empresarios para hacer la ciudad nuestra. Que no necesitamos de su liderazgo para exigir nuestros derechos. Que ellos, al fomentar la desigualdad, más que paliar la inseguridad la alientan.

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