miércoles, 17 de febrero de 2010

De José Emilio Pacheco, cortesía de Carlos

Ya todo pasó. Ahora nos vemos y nos hablamos como si nada.
Como si la nada hubiera devorado lo que ocurrió entre nosotros.

*      *      *

No se alcanza por fecha de nacimiento
Ni consta en los archivos oficiales
Nos graduamos de adultos nada más cuando alguien nos deja
en plena juventud llega de pronto el sabor de la muerte.


José Emilio Pacheco, Como la lluvia (poemas 2001-2008), Era, 2009.

lunes, 15 de febrero de 2010

Presente histórico

Desconfío de los libros que insinúan que el pasado fue mucho más noble, cuando ni el propio autor volvería si pudiese. Y también desconfío de los libros que intentan convencernos de que el pasado fue peor  en todos los sentidos, que es lo que suele decirse para disimular las injusticias del presente. Quiero decir, y perdonen el discurso, que el presente es también histórico.

Andrés Neuman, El viajero del siglo, Alfaguara, 2010.



Para Alfredo con amor, aunque recordemos cosas distintas de esa semana que fue como varios meses con el cielo más bellamente oscuro y lleno de estrellas sobre nuestras cabezas. Para el maestro Alfredo con admiración, por tu labor bien llevada, por elegir la docencia sobre la burocracia, sobre el dinero, sobre la traición. Para Alfredo, de Pato pecas, con cariño, porque ahora intercambiamos nuestras anécdotas domésticas.

Ya cumplí. ¿Me invitas a comer con los Krishna? Anda.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La luz que se nos fue

Murió Esther Seligson, maga de las palabras de las faldas susurantes y gestos definitivos. Murió la viajera perpetuamente exiliada, la maestra, la traductora, la mística. Pero no se mueren quienes nos revelan la eternidad.



Si para que el mundo existiera tuvo que operarse un vacío, y si para que el hombre ocupara un lugar en él tuvo que operarse otro vacío, ¿qué tenía entonces de particular que los humanos fuesen seres de nostalgia?

Esther Seligon, La morada en el tiempo

El cuerpo no es un laberinto donde se pierde otro cuerpo tanteando a ciegas; es, por el contrario, un lento descender en círculos concéntricos y aún más lento ascenso aglutinante (...); sendero que el tacto recorre con parsimonia gozosa como quien deja corren entre los dedos uno a uno delos granos de arena, las gotas de agua...

Esther Seligson, Diálogos con el cuerpo

El aroma de las calles revuelve en mi boca el sabor de tu ausencia.

Para mí el adiós no fue una separación ni una partida. Decir adiós es alejar a la muerte, desafiarla, reducirla, deshacerse de ella porque ella se deshace de sí misma. Decir adiós, avisan los poetas, es el más fuerte de los asideros, la medida mayor de la resistencia a separarse.   ¿Y se acaba un adiós?   No tenía por qué dudar de su fidelidad ni por qué temer el olvido:   habíamos creado un puente que ambos sabríamos atravesar de orilla a orilla sobre el río de la ausencia.

Esther Seligson, Sed de mar

Aquello que desconoces de ti mismo es lo que te impide amar.

Esther Seligson, Hebras

jueves, 4 de febrero de 2010

El nombre y la ausencia. De cuando vino Derek Walcott y Raquel se vio siendo como su esposa

AFOLABE

Un nombre significa algo. Las cualidades deseadas en un hijo,
y aun en una hija; así, aun las sombras que te nombraron,
de ti esperaron una virtud, porque cada nombre es una bendición,

porque me acuerdo de la esperanza que me formé sobre tu persona
cuando eras niño. Sólo que el sonido no quiere decir nada.
Entonces serías nada. ¿Creían que eres nada en ese otro reino?

AQUILES

No sé qué significa el nombre. Significa algo,
tal vez. ¿Qué mas da? En el mundo de donde vengo
aceptamos los sonidos que nos dieron. Hombres, árboles, agua.

AFOLABE

Por lo tanto, Aquiles, si yo te señalara y dijera: He aquí
el nombre de ese hombre, ese árbol y ese padre,
¿sería cada sonoido una sombra que atravesó tu oído

sin la forma de un hombre o de un árbol? ¿Qué sería?
(Y así como las ramas se mecen al ocaso por temor
a la amnesia, al olvido, la tribu comenzó a afligirse.)

AQUILES

¿Qué sería? Sólo puedo decirte lo que creo,
o tuve que creer. Era el presagio, y el recuerdo
de volver al terruño, de ser traído aquí por una golondrina,

o la sombra de una golondrina haciendo la señal de la cruz
sobre las aguas, con el mismo signo con que fui bendencido,
con el dond de este sonido cuyo significado no me importa aún no conocer.

AFOLABE

Nadie pierde su sombra, sólo cuando es de noche,
pero aun entonces su sombra está oculta, no perdida. Con el brillo
de la aurora, él se alza sobre su propio nombre con esa luz.

Cuando baja caminando al río con los otros pescadores,
su sombra se estira en la mañana, y bosteza, pero tú,
si te contentas con no saber lo que significan nuestros nombres,

entonces yo no soy Afolabe, tu padre, y tú miras por mi cuerpo
como la luz a trvés de una hoja. No soy aquí ni una sombra.
Y tú, hijo sin nombre, eres sólo el espectro de un nombre.

¿Por qué nunca te eché de menos sino hasta que regresaste?
¿Por qué no te he echado en falta, hijo mío, sino hasta que estuviste perdido?
¿Eres el humo de una llama que nunca ardió?

No hubo respuesta a eso, como en la vida. Aquiles asintió con la cabeza,
las lágrimas nublaron sus ojos, donde se reflejaba el pasado
lo mismo que el futuro. Bajó la cabeza, de blanca espuma.

Derek Walcott, Omeros, Barcelona, Anagrama, 1994, Libro tercero, Capítulo XXV, III (versión de José Luis Rivas).