lunes, 24 de julio de 2006

Lo que no cabe en las urnas



Como dice una estampa quizá cursi pero cierta: "nuestros sueños no caben en sus urnas". Y nuestros sueños no sólo en el sentido romático: en las urnas tampoco caben nuestros sueños que se construyen con bloques y mezcla en ciertos lugares del sureste mexicano; o los que se escriben con "l" de libertad, o con "i" de imaginación o "d" de diferencia. O los que se escriben con sangre de los caídos, o con el sudor de nuestro trabajo, o con las teclas de nuestra computadora o la tinta de nuestras plumas, la pintura en nuestros pinceles, la arcilla en nuestras manos, el movimiento de nuestros cuerpos.

En las urnas no caben los abrazos que nos damos, las canciones que cantamos, las lágrimas (de tristeza, ira o impotencia) que derramamos. Como lo dice Baricco, la globalización es un sueño soñado en gris por los hombres del dinero. El sueño que no cabe en las urnas y que nosotros tenemos el reto de hacer realidad es un sueño de muchos colores.

Las elecciones enfrentaron a dos Méxicos. El "triunfador" exitosamente adaptado al proceso salvaje de la globalización, que sólo quiere que las situación se mantenga con el menos escándalo y desorden posible; y el "otro" el que ya está harto de perder para que otros ganen, de pagar con su miseria la riqueza de los demás. Se hizo patente la división entre el México que dice "todo va bien" y el que dice "esto tiene que cambiar".

Y como sociedad permitimos que se impusiera el autoritarismo antes que el desorden. No es que hayamos fallado, es quizá que como dice Arundathi Roy, aún nos hace falta ser mucho más radicales.

miércoles, 12 de julio de 2006

Lo que nos enseñó el 2 de julio: todos perdimos

En estos días he recibido un montón de correos de gente que comparte impresiones sobre esta accidentada contienda electoral. Todos estos mensajes prueban que comunicarnos e informarnos es la mejor y la única arma que tenemos, la que más difícilmente nos podrán arrebatar.

Hago ahora mi toma de posición, no porque tenga que importarles o porque pensar distinto pueda dividirnos, sino como una forma de honestidad ante tantas posibles mentiras.

Yo anulé mi voto. No creo en los partidos políticos en general, mucho menos en los tres candidatos principales en particular. No son los tres iguales, pero sí son sospechosamente parecidos.
Hoy la democracia electoral no es suficiente. Estamos enfrentando el hecho de que debemos ser ciudadanos los 365 días del año y no sólo cuando acudimos a las urnas. Que debemos ser más responsables, más comprometidos con los asuntos que nos incumben a todos. Y eso no cabe en la estructura actual de partidos.

Pienso que lo peor que pudo pasarnos en esta elección, y que nos pasó, fue que el IFE perdiera crédito. Porque bien o mal, el IFE es una conquista ciudadana, y si bien no funciona a la perfección, representa un paso significativo hacia una mayor madurez política.

Perdimos todos porque parece que de nada sirvió el trabajo del millón de personas que participaron en el proceso como observadores o funcionarios de casilla. Porque de nada nos sirve tener las elecciones más costosas del mundo si en una noche los candidatos pueden anunciarse ganadores injustificadamente, y el conteo del PREP dispararse contra toda lógica matemática y de sentido común.

Esta fue en muchos sentidos una elección de miedo. Del miedo a los comunistas, del miedo al derechismo, del miedo a la miseria, del miedo a la iglesia. Del miedo al pasado, pero peor aún, del miedo al futuro.

Importa saber la verdad sobre el 2 de julio. Que se haga todo lo necesario para borrar toda duda sobre el triunfo electoral de quien vaya a ser presidente. Pero importa más preguntarnos qué clase de ciudadanos queremos ser a partir del 3 de julio.


Aquí, un artículo de Aline Petterson publicado en La Jornada que me encantó. Se llama "Me duele mi país", y a mí también me duele.

viernes, 23 de junio de 2006

Anticipos de mi muerte. ¿Y si fuera hoy? Necrológica

Otra vez fallaste, corazón

ADME
(1983-2006)

"Yo voy a vivir cien años", solía decir mirando en la palma de su mano la longitud de la línea que, dicen los gitanos, representa a la vida. Pero su existencia fue mucho más fugaz de lo que sus manos predijeran.

Filósofa de carrera y vocación, periodista de oficio, antropóloga fallida, enamorada de las palabras de tiempo completo; murió a los veintidós años en un bosque, por un fallo cardiaco que jamás le habían detectado. Cumplía un pendiente de su infancia: aprender a andar en bicicleta. "Se fue como quien suspira, con una sonrisa en los labios y la vista en el cielo", afirma el amigo que la acompañaba.

Escribía y leía como vicio, atestigua su hermano, protagonista invariable de desvelos compartidos. Vivía con él y su madre en una casa grande y oscura, regida por un desorden acogedor. Los tres llevaban una estrecha y peculiar relación, cimentada en las reuniones familiares que celebraban al menos dos veces al día para escuchar música, contarse chistes, intercambiar memorias o debatir el "tema del día".

Medio kilo de cenizas irreconocibles constituyen sus restos mortales. Pero su huella más tangible queda en sus diarios, la abundante correspondencia que intercambió con amigos y familiares, dos novelas inconclusas, crónicas de viaje, un par de guiones de cortometraje, muchas fotografías, una novela corta, un libro para niños y varias docenas de cuentos.

Además de lo que creó por sí misma, deja lo que inspiró en otros. Modeló para varios fotógrafos. Un retrato suyo fue de las imágenes estenopéicas (tomadas con una cámara de cartón) mejor pagadas en los últimos años por un coleccionista mexicano. Su recuerdo sirvió de combustible para el fuego de tres poetas. Participó también en un cortometraje, e inspiró otro que nunca llegó a filmarse. De los dos pintores que quisieron retratarla, ninguno lo logró. Pero uno de ellos se convirtió en el fiel confidente y testigo de sus amores.

Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, más con sus vidas que con su obra, impactaron su forma de concebir las relaciones de pareja. "Al acariciar al otro hago nacer su carne bajo mis dedos. La caricia es el conjunto de ceremonias que encarnan al otro.", escribió Sartre en el Ser y la nada. Quizá por eso mucho de la historia de esta mujer reside en quienes la amaron.

A los diecinueve años conoció a tres hombres que amaría simultánea e irrevocablemente por el resto de su vida, tiempo más breve de lo que imaginó: uno le reveló la seducción del baile y que el mundo es tan pequeño como lo hagamos al recorrerlo; otro la inició en los misterios de la luz y le gustó para futuro padre de los hijos que no llegó a tener; al tercero lo definiría como "mi amigo, mi cómplice, mi compañero, mi amante, mi loco". Con este último soñó pasar la vejez que no alcanzó.

Pensaba que lo mejor de la vida es compartirla. Desde que a los catorce años se declaró agnóstica, consideró la amistad su única religión. Por eso tuvo muchos y entrañables amigos. Algunas de sus complicidades y recuerdos comunes se remontaban hasta diecinueve años atrás.

No menos queridas le eran sus amistades más recientes. A muchos los conoció luchando por la utopía compartida de un mundo distinto, más libre y menos triste. Uno de sus compañeros activistas la describía como "una guerrera que no toma nunca el camino fácil." Participó en grupos de educación para comunidades indígenas, organizaciones de derechos humanos y brigadas de trabajo voluntario. Pero su mayor y más constante activismo consistía en reciclar papel hasta lo absurdo, so pena de que "la naturaleza nos escupa."

Practicaba la consigna del mayo francés: "Sean realistas: pidan lo imposible". Se consideraba parte de una generación que nació cuando ya todo estaba perdido. Por eso cualquier intento de cambiar algo le parecía digno de llevarse a cabo, aunque sin promesa de éxito. Le gustaba el mito de Sísifo para explicarlo: la vida no es sino empujar una roca hasta la cima de una montaña para luego verla caer. Y después, sin desilusión o desesperanza, reemprender el camino cuesta arriba.

Aunque pasó la mayor parte de su existencia en la escuela, sabía que lo esencial no se aprende en un aula. Para compensar sus temporadas de sedentarismo obligado, era también una vaga incurable. Conoció casi todos los estados de la República, más varias ciudades de Estados Unidos. Uno de sus proyectos era recorrer Asia y el resto de América. Europa le parecía un destino menos urgente, y respecto a África se sentía muy ignorante todavía para intentar un viaje. A veces presentía que soñaría el mundo entero desde México sin conocerlo personalmente. Para exorcizar eas ideas tenía en su habitación un globo terráqueo que giraba de vez en cuando.

Vivió considerando que tenía dos destinos posibles: morir por sorpresa antes de los cuarenta, o vivir mínimo un siglo con una memoria generosa y lúcida. Por ello no llegó a realizar muchos de los proyectos que dejó esbozados. Tenía ya planeados al menos dos libros de ensayos, una novela para niños, colecciones temáticas de cuentos que no llegó a completar y una serie de crónicas que pensaba escribir desde la India. Creía, basándose en su madre, que la vida vuelve a empezar a los cuarenta, y a los setenta pensaba sentarse a escribir sobre filosofía.

La concepción trágica de la existencia desarrollada por Friedrich Nietzsche marcó su forma de vivir. Pero la tragedia nitezscheana, como ella la interpretaba, consistía no en lo triste, sino en lo transitorio, en nuestro continuo fracaso en evitar el cambio.

Vivió intensamente, quizá porque la muerte la había tocado muy cerca. Cuando era niña, su padre murió en un accidente. Ya de adolescente perdió de forma inesperada a dos amigos. A los dieciséis años vio a una de sus mejores amigas y al padre de su mejor amigo morir de cáncer. Quizá por eso en sus peores momentos de depresión se sentía miembro de una estirpe maldita, condenada sin remedio a la extinción. Algo de cierto y de falsto tenía ese presagio. No se extinguen quienes habitan nuestra memoria.

lunes, 29 de mayo de 2006

No tengo ambiciones ni deseos.Ser poeta no es mi ambición.Es mi manera de estar solo.

Fernando Pessoa

Carta

Lo único que nos pertenece realmente es aquello que no podemos perder en un naufragio.
—Alberto Ruy Sánchez



De este lado del naufragio las pérdidas irremediables son pocas: unas caricias al gato, un deslumbrante atardecer en el Pacífico, diarios remojados por la lluvia, cervezas no tomadas con los amigos, encuentros no concretados.

Como bien lo predijera Rafa, libros, fotocopias y desordenados apuntes se amontonan en frágiles torres que amenazan con el derrumbe. Hay vasos sucios por todos lados y el polvo forma una cubierta cada vez menos fina que diluye los bordes de las cosas.

Te escribo desde la zozobra de imaginar el reencuentro. Vernos de nuevo será, otra vez, partir de cero. Descubrirte con otra barba, que atisbes el dorado de mis hombros; servirnos de la ausencia como pretexto para largos abrazos en que nuestras manos pretendan descubrir a caricias lo que ocultamos bajo la piel. Mirarnos a los ojos, abastecernos de sonrisas para transitar el próximo alejamiento.

Con sed,

Jueves en la noche

Y de pronto un jueves en la noche, uno se descubre en un autobús con la cabeza escondida en el pecho de un buen amigo y un cascabel atado a la muñeca.

Entonces el cansancio no importa, ni el tráfico ni la desesperanza, porque finalmente el aire aún es fresco, y siempre resulta consolador saber que tenemos al lado a alguien cuyas preocupaciones, dolores y alegrías, tienen una consoladora simetría con los nuestros.

El amor es entonces una cosa mucho menos complicada de lo que a veces parece. Es simplemente un abrazo sincero, un oportuno "a callar", una mirada de tristeza cómplice. Y el hecho de que nada de eso se interponga con estar deseando a otro hombre, extrañándolo e imaginándolo, recostada contra el pecho de un buen amigo, un jueves en la noche.

viernes, 26 de mayo de 2006

De Revueltas, para la esperanza

Amargo el encuentro del mal, de su gente, de su espacio. Evidentemente uno nació para otra cosa, fuera de tiempo y sin sentido. Uno hubiese querido amar, sollozar, bailar, en otro tiempo y otro planeta (aunque se hubiese tratado de este mismo). Pero todo te está prohibido, el cielo, la tierra. No quieren que seamos habitantes: Somos sospechosos de ser intrusos en el planeta. Nos persiguen por eso; por ir, por amar, por desplazarnos sin órdenes ni cadenas. Quieren capturar nuestras voces, que no quede nada de nuestras manos, de los besos de todo aquello que nuestro cuerpo ama. Esta prohibido que nos vean. Ellos persiguen toda dicha. Ellos están muertos y nos matan. Nos matan los muertos por esto viviremos.

José Revueltas