martes, 9 de abril de 2019

La fama, el amor y el fuego. Pessoa. De El libro del desasosiego




Fernando Pessoa, El libro del desasosiego. 
394
Cuanto más alto está el hombre, de más cosas tiene que privarse. En la cumbre no hay sitio sino para el hombre solo. Cuanto más perfecto es, más completo; y cuanto más completo, menos otro.
Estas consideraciones han venido a hacerme compañía después de leer en un diario la noticia de la gran vida múltiple de un hombre célebre. Era un millonario americano, y lo había sido todo. Había tenido cuanto ambicionaba -dinero, amores, afectos, dedicaciones, viajes, colecciones. No es que el dinero lo pueda todo, pero el gran magnetismo con el que se obtiene mucho dinero lo puede, efectivamente, casi todo.
Cuando dejaba el diario en la mesa del café, ya reflexionaba que lo mismo, en su esfera, podría decir el dependiente de comercio, más o menos conocido mío, que almuerza todos los días, como hoy está almorzando, en la mesa del fondo del rincón. Todo cuanto el millonario ha tenido, este hombre lo ha tenido; en menor grado, es cierto, pero en proporción a su estatura. Los dos hombres han conseguido lo mismo; no hay diferencia de celebridad, porque, también allí, la diferencia de ambientes establece la identidad. No hay nadie en el mundo que no conozca el nombre del millonario americano, pero no hay nadie en la plaza de Lisboa que no conozca el nombre del hombre que está almorzando allí.
Estos hombres, al final, han conseguido todo cuanto la mano puede alcanzar extendiendo el brazo. Variaba en ellos la longitud del brazo; en lo demás eran iguales. No he conseguido nunca tener envidia de esta especie de gente. Siempre he opinado que la virtud estaba en conseguir lo que no se alcanza, en vivir donde no se está, en estar más vivo después de muerto que cuando se está vivo, en conseguir, en fin, algo imposible [353], absurdo, en vencer, como a obstáculos, la propia realidad del mundo.
Si me dijesen que es nulo el placer de durar después de no existir, respondería, primero, que no sé si lo es o no, pues no sé la verdad sobre la supervivencia humana; respondería, después, que el placer de la fama futura es un placer presente -la fama es la que es futura. Y es un placer de orgullo igual a ninguno que cualquier posesión material consiga proporcionar. Puede ser, en efecto, ilusorio, pero, sea lo que sea, es más generoso que el placer de disfrutar tan sólo de lo que está aquí. El millonario americano no puede creer que la posteridad vaya a apreciar sus poemas, visto que no ha escrito ningunos; el dependiente de comercio no puede suponer que el futuro vaya a deleitarse con sus cuadros, visto que no ha pintado ningunos.
Yo, sin embargo, que en la vida transitoria no soy nada, puedo disfrutar de la visión del futuro leyendo esta página, pues efectivamente la escribo; puedo enorgullecerme, como de un hijo, de la fama que tendré, porque, por lo menos, tengo con qué tenerla. Y cuando pienso esto, al levantarme de la mesa, es con una íntima majestad como mi estatura invisible se hiergue por cima de Detroit, Michigan, y de toda la plaza de Lisboa.

(...)
Todo cuanto hacemos o decimos, todo cuanto pensamos o sentimos, lleva la misma máscara y el mismo dominó. Por más que nos quitemos lo que vestimos, nunca llegamos a la desnudez, pues la desnudez es un fenómeno del alma y no de quitarse el traje. Así, vestidos de cuerpo y alma, con nuestros múltiples trajes tan pegados a nosotros como las plumas de las aves, vivimos felices o desgraciados, o hasta no sabiendo lo que somos, el breve espacio que nos conceden los dioses para que los divirtamos, como niños que juegan a juegos serios.
Uno u otro de nosotros, liberado o maldito, ve de repente -pero hasta ése raras veces ve- que todo cuanto somos es lo que no somos, que nos engañamos en lo que es verdadero y no tenemos razón en lo que concluimos justo. Y ése, que, durante un breve período, ve el universo desnudo, crea una filosofía, o sueña una religión; y la filosofía se divulga y la religión se propaga, y los que creen en la filosofía pasan a usarla como una veste que no ven, y los que creen en la religión pasan a ponérsela como una máscara de la que se olvidan.
(...)

La gloria no es una medalla, sino una moneda: de un lado tiene la Cara, del otro una indicación del valor. Para los valores mayores no hay moneda: son de papel y ese valor es siempre poco.
Con estas psicologías metafísicas se consuelan los humildes como yo.
2-2-1931.
395
Todo placer es un /vicio/ -porque buscar el placer es lo que todos hacen en la vida, y el único vicio negro es hacer lo que hace toda la gente.
396
Si algo hay que esta vida tenga para nosotros y, salvo la misma vida, tengamos que agradecer a los Dioses, es el don de desconocernos: de desconocernos a nosotros mismos y de desconocernos los unos a los otros. El alma humana es un abismo oscuro y viscoso, un pozo que no se usa en la superficie del mundo. Nadie se amaría a sí mismo si de verdad se conociese, y así, si no existiese la vanidad, que es la sangre de la vida espiritual, moriríamos de anemia en el alma. Nadie conoce a otro, y menos mal que no le conoce, y, si le conociese, conocería en él, aunque madre, mujer o hijo, al íntimo, metafísico enemigo.
Nos entendemos porque nos ignoramos. Qué sería de tantos cónyuges felices si pudiesen ver el uno en el alma del otro, si pudiesen comprenderse, como dicen los románticos, que no conocen el peligro -si bien el peligro fútil- de lo que dicen. Todos los casados del mundo son malcasados, porque cada uno guarda consigo, en los secretos en los que el alma es del Diablo, la imagen sutil del hombre deseado que no es aquél, la figura voluble de la mujer sublime a la que aquélla no ha realizado. Los más felices ignoran en sí mismos estas disposiciones suyas frustradas; los menos felices no las ignoran, pero no las conocen, y sólo un que otro arrebato ordinario, una que otra aspereza en el trato, evoca, en la superficie casual de los gestos y de las palabras, al Demonio oculto, a la Eva antigua, al Caballero o [354] a la Sílfide.
(...)
371
La experiencia directa es el subterfugio, o el escondrijo, de quienes están desprovistos de imaginación.
Leyendo los riesgos que ha corrido el cazador de tigres, tengo cuantos riesgos ha valido la pena tener, salvo el del mismo riesgo, que tanto no valió la pena sufrir, que ha pasado.
Los hombres de acción son los esclavos involuntarios de los hombres de entendimiento. Las cosas no valen más que en su interpretación. Unos, pues, crean cosas para que los otros, transmutándolas en significación, las tornen vivas. /Narrar es crear, pues vivir es tan sólo ser vivido./.
374
Nunca amamos a nadie. Amamos, tan solamente, a la idea que nos hacemos de alguien. Es a un concepto nuestro -en suma, a nosotros mismos- a lo que amamos.
(...) En el amor sexual buscamos un placer nuestro dado por intermedio de un cuerpo extraño. En el amor diferente del sexual, buscamos un placer nuestro dado por intermedio de una idea nuestra. El onanista es abyecto pero, en exacta verdad, el onanista es la perfecta expresión lógica del amante. Es el único que no disimula ni se engaña.

Dijo mal el escoliasta de Virgilio. Es comprensible que sobre todo nos cansemos. Vivir es no pensar.
25-7-1930.

En varias culturas, dicen los mitos que el fuego fue dado a los hombres tras varias estratagemas que incluían la danza. Ahora pienso como arde la piel cuando bailas. O el canto. Ahora imagino el ardor en el alma cuando bailas como si fueras libre. Cuando cantas como si no te juzgaras. Buenas noches.

domingo, 20 de enero de 2019

this is your life and it's ending one minute at a time

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El condenado a muerte
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Jean Genet (fragmento). El Poder de la Palabra. www.epdlp.com (2006). Tomado de Amnistía Internacional Catalunya

Sobre mi pescuezo sin armadura y sin odio, mi pescuezo
Que mi mano más ligera y grave que una viuda
Acaricia bajo mi collar, sin que tu corazón se conmueva,
Deja a tus dientes depositar su sonrisa de lobo.

Oh ven mi bello sol, oh ven mi noche de España,
Alcanza mis ojos que mañana habrán muerto.
Alcanza, abre mi puerta, entrégame tu mano,
Llévame lejos de aquí hasta alcanzar nuestro campo.

https://youtu.be/lTRUt26EJhM  

Pueden despertar el cielo, florecer las estrellas,
No las flores suspirar, ni de los prados la hierba negra
Acoger el rocío donde la mañana va a beber,
La campana puede sonar: sólo yo voy a morir.

¡Oh ven mi cielo rosa, oh mi canasta rubia!
Visita en esta noche a tu condenado a muerte.
Arráncate la carne, mata, trepa, muerde,
¡Pero ven! Deposita tu mejilla junto a mi redonda cabeza.

No hemos acabado aún de hablarnos de amor.
No hemos acabado aún de fumar nuestros Gitanes.
Podemos preguntarnos por qué las Cortes condenan
A un asesino tan bello que hace el día palidecer.

¡Amor ven a mi boca! ¡Amor abre tus puertas!
Atraviesa los pasillos, baja, camina ligero,
Vuela en las escaleras más ágil que un pastor,
Más propicio al aire que un vuelo de hojas muertas.

Oh atraviesa los muros; si hace falta camina en el borde
De los techos, de los océanos; cúbrete de luz,
Usa la amenaza, usa la plegaria,
Pero ven, oh mi fragata, una hora antes de mi muerte.

lunes, 14 de enero de 2019

Sobre los testigos de Jehová y de por qué la amistad es también amor a la diferencia

Tengo una amiga testiga de Jehová.

La conocí en 2013, en uno de los varios viajes que hice a San Cristóbal en esa época cuando creí que haría trabajo de campo allá para mi maestría.

Ella y su esposo repartían panfletos en un café de los portales frente al parque del quiosco. Ambos son hermosos como modelos. Ella es de Arizona, es ingeniera; él nació en Monterrey y antes de ser misionero se dedicaba al diseño de interiores. Charlaban con unos turistas: una mujer muy mayor creo que rusa y un par de chicos jóvenes. Yo esperaba a alguien y de alguna manera terminé involucrada en su plática. Me regalaron un librito en inglés hermoso sobre distintas religiones.

San Cristóbal es minúsculo, y durante ese viaje coincidimos algunas veces más. Yo desempolvaba en mi cabeza los cientos de citas bíblicas que me dejaron años en escuelas católicas. Una vez me dijeron que era inusual que los católicos conocieran tanto la Biblia (sic). Pronto las cosas quedaron claras: ella creía que podía convertirme y yo pensé que podría hacerla zapatista. Su esposo, más sabio que ambas, desistió de nosotras con nuestras respectivas misiones y empezó a ser sólo cordial conmigo.

La mayor parte de nuestras conversaciones han sido sobre la paz. Cómo construirla, su fragilidad, cómo a veces no se construye. Me regalaron varias revistas al respecto. 

En cinco años puedo decir que he tomado varios cafés con ella, me ha invitado a su casa e incluso me regaló una Biblia: una edición en inglés que es quizá la más hermosa de las que poseo, e incluye mapas y gráficos de cómo eran las viviendas en la época de Jesús. 

Cuando mi amiga y yo llegamos (a menudo) al punto incómodo donde ninguna convence a la otra, hablamos del Eclesiastés, uno de mis textos espirituales favoritos. Hace ya cerca de dos años que no nos vemos, pero aún nos escribimos de vez en cuando y me invita a eventos de los testigos. En mi curiosidad antropológica infinita, quizá vaya alguna vez. 

En tanto, creo que como editora no yerro al llamar amiga a quien me ha regalado un libro tan hermoso y que, como creyente de que otro mundo es posible, hago bien en tener amigos que compartan mi fe, aunque para ellos el camino pase necesariamente por una religión que no profeso