Esta entrada es para recordar a los 43 normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, que desaparecieron en una suma indignante de crímenes de Estado.
La envié como correo a varios de mis amigos que son maestr@s, hij@s de maestros -muchos incluso de maestr@s normalistas- y también a quienes han sido mis maestr@s, de muchas y muy distintas maneras; porque los 43 jóvenes desaparecidos en Guerrero estaban formándose como docentes: eran no sólo 43 seres humanos, sino también 43 promesas de futuro para sus comunidades, para sus posibles alumnos, para todo nuestro país.
Muchos de ustedes sabrán la historia mejor que yo, e incluso mi amigo Luis H. es un experto en el doloroso tema que ha contribuido a sembrar memoria en mí: las normales rurales llevan décadas siendo semilleros de esperanza en México, de formación de maestros que no sólo son autoridades intelectuales y morales en sus pueblos, sino también importantes agentes de cambio social.
El gobierno mexicano, los gobiernos priístas y ahora también los de otros partidos, llevan décadas asesinando y desapareciendo a los maestros rurales. A los Lucio Cabañas y Genaro Vázquez en los años 70, ahora a Julio César Mondragón y sus demás compañeros. Llevan décadas queriendo justificar sus asesinatos tachando a las víctimas de ser criminales, cuando lo criminal es el estado de cosas en el que vivimos, el que un gobierno pretenda matar la esperanza desde su simiente, terminar de dejarnos sin futuro.
Sé que a veces recordar duele, que estas cosas no son para muchos un tema adecuado para hablarse en la sobremesa o con l@s niñ@s. Pero sé también que el olvido mata. Sé que mi país me duele y sé que quiero que sea distinto. Sé que en la gente a mi alrededor he encontrado a mis más incansables aliados para lograrlo, porque cada día he mirado a muchos de ellos seguirse levantando y seguir dando ejemplo, a cada uno desde el espacio en que se desenvuelve.
Esta entrada es también un abrazo fuerte, para no rendirnos, para no olvidar. Para tratar de seguir siendo hoy el cambio que queremos ver mañana.
A continuación les comparto el texto de Egorak que aparece en el video. Fue publicado en nuevoblogdemanzano.wordpress.com poco después de que encontraron al estudiante normalista Julio César Mondragón, desollado. Julio César tenía 22 años y era padre de una bebita de dos meses. Sus ojos, y l@s de tod@s l@s desaparecid@s, nos faltan a todos.
La envié como correo a varios de mis amigos que son maestr@s, hij@s de maestros -muchos incluso de maestr@s normalistas- y también a quienes han sido mis maestr@s, de muchas y muy distintas maneras; porque los 43 jóvenes desaparecidos en Guerrero estaban formándose como docentes: eran no sólo 43 seres humanos, sino también 43 promesas de futuro para sus comunidades, para sus posibles alumnos, para todo nuestro país.
Muchos de ustedes sabrán la historia mejor que yo, e incluso mi amigo Luis H. es un experto en el doloroso tema que ha contribuido a sembrar memoria en mí: las normales rurales llevan décadas siendo semilleros de esperanza en México, de formación de maestros que no sólo son autoridades intelectuales y morales en sus pueblos, sino también importantes agentes de cambio social.
El gobierno mexicano, los gobiernos priístas y ahora también los de otros partidos, llevan décadas asesinando y desapareciendo a los maestros rurales. A los Lucio Cabañas y Genaro Vázquez en los años 70, ahora a Julio César Mondragón y sus demás compañeros. Llevan décadas queriendo justificar sus asesinatos tachando a las víctimas de ser criminales, cuando lo criminal es el estado de cosas en el que vivimos, el que un gobierno pretenda matar la esperanza desde su simiente, terminar de dejarnos sin futuro.
Sé que a veces recordar duele, que estas cosas no son para muchos un tema adecuado para hablarse en la sobremesa o con l@s niñ@s. Pero sé también que el olvido mata. Sé que mi país me duele y sé que quiero que sea distinto. Sé que en la gente a mi alrededor he encontrado a mis más incansables aliados para lograrlo, porque cada día he mirado a muchos de ellos seguirse levantando y seguir dando ejemplo, a cada uno desde el espacio en que se desenvuelve.
Esta entrada es también un abrazo fuerte, para no rendirnos, para no olvidar. Para tratar de seguir siendo hoy el cambio que queremos ver mañana.
Devuélveme mis ojos
Estoy tirado en el suelo. Se nota dónde enterraron el cuchillo y me cortaron la cara. Se me ven los dientes. En vez de rostro hay carne expuesta y te atormentan dos huecos donde deberían estar mis ojos.
Mis compañeros me estuvieron buscando y me encontraron convertido en símbolo. Quisieron arrebatarme de los míos, robarles la memoria para matarme, para borrarme y desparecerme ahora sí y para siempre. Quisieron convertirme en su crimen, su amenaza, su muñeco de espantajo y amedrento, pero yo vivo.
Vivo cuando mi madre llora y susurra mi nombre con la voz entrecortada, vivo en el funeral repleto de amigos y amados, multitud doliente que con su mera presencia refuta el terror y declara que entre ellos vivió alguien, un joven que conocieron y al que veían y querían ver, un ser que sigue siendo querido en su dolor, en su cariño y en sus recuerdos, no el crimen atroz en que quisieron convertirme.
Vivo en una lágrima de rabia, en un puño alzado, en un paso firme que marcha sobre el enemigo. Vivo en tu resistencia, vivo en tu protesta, en tu compromiso y en tu esfuerzo. Júrame que no te rindes, ¡pero júramelo a los ojos! Mira la carne y la sangre y los huesos en que me dejaron y ve la mirada fija de quien una vez fui. Estudiante. Normalista. Hermano. No me olvides, porque si me olvidas ellos ganan, si me confundes con eso que dejaron en el suelo solo seré un torturado más y eso mismo quieren ellos, ellos que me esperaron, que me buscaron, que me persiguieron y me ultrajaron para que dejara de ser humano, pero que no pudieron. Ellos que sirven a la muerte y aplastan la inocencia y la confianza del pueblo pobre para que se calle, para que aguante, para que se deje matar, pero que no pudieron.
Porque el rostro que se llevaron es mío pero la carne que dejaron es de todos y estos huesos también son tuyos y estos ojos también te faltan. Mi gente me llora y mi pueblo hoy se esconde, pero cuando salga a reconquistar las calles no podrá, por más que intente ya no podrá ser un pueblo inocente, no será un pueblo que confía. Será fuego, luz, estruendo y viento. Será el ejército redentor, el huracán que arrasa los escombros para que venga el futuro, será la muerte alada y justiciera que sostiene la razón y empuña despiadada las armas para imponerla. Mi pueblo será el implacable regreso de la justicia y de la historia.
Estoy tirado en el suelo, pero desde aquí puedo ver venir la guerra necesaria.
Julio César Mondragón nació en el Distrito Federal y murió torturado en Iguala, Guerrero, el 27 de septiembre de 2014, lo sobreviven su lucha, nuestro dolor y sus principios.
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