Nací católica. No es porque me hayan bautizado dos veces (mis primeros padrinos murieron y mi mamá perdió la fe de bautismo), ni porque haya ido a escuela de monjas, ni por aquello de que si no te gusta el fútbol y no eres guadalupano, ¿por qué dices que eres mexicano?
Nací católica por mi bisabuela cristera que desafió al gobierno --y a su marido y al machismo imperante en Jalisco-- escondiendo armas y guerrilleros en su casa, cocinando para ellos y enviando a sus hijas por la calle con municiones metidas en las bolsas del mandado o entre las enaguas. Por mi abuela y sus hermanas que "llevaron al santísimo a salto de mata" aunque no lo defendieran con las armas. Por mi otra abuela, por su fe ecuménica que le ha dado paciencia para aceptar en sus hijos y nietos desde el ateísmo, pasando por todas las herejías posibles, hasta el budismo exaltado.
Sigo siendo católica porque mi mamá no me enseñó el avemaría ni el padrenuestro antes de que supiera leer, sino el ángeldelaguarda, dulcecompañía. Porque "la divina providencia se extiende en todo momento para que nunca nos falte casa, vestido y sustento". Porque aprendí la plegaria en el patio de mi escuela al abrigo de una jacaranda inmensa, pero sobre todo porque conocí su sentido cuando mi papá murió de treinta y cinco años, cuando mi mejor amigo empezó desde los dieciocho a hacer de papá de sus cinco hermanos.
Y sin embargo, dejé de ser católica cuando supe de los bebés que morían de sida en África mientras Juan Pablo seguía predicando contra el uso de los preservativos; del doloroso contraste entre la opulencia del Vaticano y la pobreza de las misiones; de la hermana de mi otra bisabuela a la que un sacerdote le hizo un hijo y se largó a otra parroquia (pasó a inicios del siglo XX, en un pueblo de Hidalgo a una mestiza más bien indígena, casi analfabeta; pero sigue pasando, a chicas citadinas y profesionistas, me consta); cuando leí las primeras declaraciones contra Marcial Maciel y los como él, cuando supe que incluso los hay peores bajo el abrigo de la sotana.
Y digo que no soy católica --aunque definitivamente lo sea y siempre lo vaya a ser-- porque yo, definitivamente no pongo la otra mejilla; pero como budista (que también soy y no) les deseo a los agresores "que sean felices y estén bien". Yo, con su permiso, no me pongo para que me peguen.
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Prisciliano
Y pasó el tiempo de las catacumbas. En el coliseo, los cristianos se comían a los leones. Roma se convirtió en la capital universal de la fe y la religión católica pasó a ser la religión oficial del imperio. Y en el año 385, cuando la Iglesia condenó al obispo Prisciliano y a sus seguidores, fue el emperador romano quien degolló a esos herejes. Las cabezas rodaron por los suelos. Los cristianos del obispo Prisciliana eran culpables: bailaban y cantaban y celebraban la noche y el fuego, convertían la misa en una fiesta pagana de Galicia, la sospechosa tierra donde él había nacido, vivían en comunidad y en el pobreza, repudiaban la alianza de la Iglesia con los poderosos, condenaban la esclavitud y permitían que las mujeres predicaran, como sacerdotes
Eduardo Galeano, Espejos
Líbranos padre todopoderoso de la intolerancia. Amén.
Para mis abuelas, C. y E. y mis bisabuelas María y Agustina.
Para mi mamá, porque la fe es un don, y éste es el que tengo. Para ella y para Elsi, mamá Barba, por los milagros cotidianos que las vi obrar toda mi adolescencia. Por ser ustedes el milagro.
Para A.S.S. porque nombrar es conjurar.
Para los dos Juan Manuel, porque su fe sí es mi fe.
Para mi mamá, porque la fe es un don, y éste es el que tengo. Para ella y para Elsi, mamá Barba, por los milagros cotidianos que las vi obrar toda mi adolescencia. Por ser ustedes el milagro.
Para A.S.S. porque nombrar es conjurar.
Para los dos Juan Manuel, porque su fe sí es mi fe.
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