Este año he pensado a menudo que la honestidad imprudente puede ser uno de mis principales problemas. Desde, digamos, octubre del año pasado hasta hoy, mediados de abril, me ha traído cuatro conflictos mayúsculos con distintas personas.
El primero de los pleitos fue familiar, y se debió quizá, no tanto a la honestidad, como a lo poco propicio del momento y al hecho de que la persona en cuestión resulta tener la misma honestidad inoportuna y a veces hiriente que yo (familia al fin y al cabo) y ambas partes dijimos cosas que nos lastimaron profundamente. Moraleja: mejor callarme cuando tengo exceso de estrés y desvelos acumulados, ya que no cuento con la percepción necesaria para diferenciar un buen momento de uno malo para hablar.
Del segundo y tercero de los encontronazos podríamos decir que si no fueran trágicos, resultarían en verdad bastante cómicos. En uno no sé hasta qué punto operó mi falta de sensibilidad y el exceso de ídem por parte de la otra persona. Y el otro fue, de plano, un caso clásico de "al que le quede el saco que se lo ponga" en el que comprobé de manera dolorosa que, como dice Pessoa, por la boca mueren el pez y Óscar Wilde (y también Adriana del Moral). Resumen de la tormenta: ofrendas de paz que se entendieron como llamados de guerra, viejas rencillas redivivas cual zombis endemoniados, nueva información sobre viejas diferencias y, finalmente la conclusión --tristísima para mí-- de que quizá hay personas que una vez fueron muy cercanas pero no pueden serlo otra vez.
Moraleja 1: al principio pensé que la mejor opción sería dejar de escribir reflexiones íntimas de manera semi pública, porque nunca falta el sensible que piense lo peor y lea reproches que no son tales. Pero luego tuve que enmendar mi conclusión, porque descubrí también que justo el hacer pública mi intimidad es parte de lo que me hace quien soy, de lo que me permite crear lazos cercanos con quien amo. Porque así como el exhibicionismo emocional o reflexivo tiene sus consecuencias negativas, también tiene sus recompensas, y algunas personas respondieron a mi cuasi tratado sobre la amistad femenina con comentarios y sobre todo acciones, que me iluminaron y conmovieron. Moraleja 2: contra mis más íntimas y vehementes creencias, descubrí que la amistad sí se puede morir, y se me reveló --dolorosa pero liberadoramente-- que hay relaciones en que el tiro de gracia equivale a una eutanasia piadosa para ambas partes (aquí algo sobre el concepto de eutanasia amorosa, que escribí para otra persona, implicada colateral de lo que aquí cuento).
El cuarto caso es más difícil para mí, quizá porque es el más reciente, pero también porque, a diferencia de los demás, aún no sé si tendrá solución. Estoy segura que el primer pleito se resolverá, no tanto porque seamos familia, sino por el intenso cariño y afinidad que nos unen. Sin embargo, las heridas fueron tan hondas que pienso que la reconciliación llevará tiempo, además de que la distancia física y la diferencia de horarios operan en nuestra contra. Con todo, tengo la tranquilidad de saber que habrá remedio. En los segundo y tercer episodios la respuesta evidente fue que no hay solución porque no existe la voluntad de buscarla, y punto. Quizá en un año, en diez, en veinte, la situación sea distinta, pero hoy por hoy la cosa está así. En este último evento el problema no fue tanto la honestidad en sí, sino el saber a quién y cuándo decir qué. Inexperiencia y diferencia de perspectivas explican la falla, supongo. Como sea, en este caso la moneda está en el aire y espero que la iluminación me llegue para encontrar la mejor forma de aproximarme a alguien a quien, sin intención y sin dolo, ofendí profundamente. Espero también que para esa persona, como para mí, la amistad pueda más que todos los otros factores. Pero eso, es algo que sólo el futuro dirá.
Algo de esperanza/desesperanza, confesiones por escrito y memorias de los mejores textos que me envían/encuentro. Porque lo contrario de ficción no es realidad, sino realidad desordenada, éste es mi diario ficticio, producto de la desmesura de mis amores y mis dignas rabias.
jueves, 19 de abril de 2012
Por la boca mueren el pez y Wilde, o el 20 por ciento de los problemas que tenemos es por pendejos y el 80 por ciento, por metiches (o imprudentes)
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1 comentario:
Hasta hace poco no hubiera estado del todo de acuerdo contigo, bien hace falta vivir las cosas para darles otro enfoque, las amistades (algunas) tristemente no son para siempre. ¿Recuerdas aquel mail que alguna vez me mandaste y respondí contándote que estaba en casa de mi mejor e incondicional amigo? bueno, ese es mi caso.
Espero que las cosas se soluciones, si es que deben ser solucionadas. Espero también que tengamos la sabiduría de entender y saber diferenciar entre cuando aunque se "pueda" ya no "se debe".
Un beso Adriana, he querido mandarte un mail, puedo?
E.
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