Nos conocimos en Nueva York, en una fiesta de cumpleaños donde coincidimos jugando mini golf. Fuimos de brunch a Chinatown y nos vimos otras pocas veces. Varios kilómetros y años después coincidimos en Fez.
Volar de Estados Unidos a Francia y de ahí a Marruecos cargando un traje para la nieve, unos títeres y otros encargos que ocupaban la mitad de mi única maleta (equipaje de mano) valió totalmente la pena. Omitiré por ahora la historia de cómo creí perdida esa carga valiosa por algunas horas, cuando los conductores tuareg confundieron mi equipaje con el de un amigo indo-británico en el desierto.
Siempre voy a recordar esos días juntos, el sol sobre las ruinas romanas más impresionantes que he visto --y que la guía Routard calificaba de "no vale la pena desviarse para verlas" ¿qué onda con la arrogancia o ignorancia de los escritores de viaje franceses?-- y las pláticas en la carretera y la cocina sobre el camino, el dharma o cómo le llamemos.