miércoles, 22 de septiembre de 2010

UNAM: Un centenario que sí hay que celebrar

Si no se habían dado cuenta, soy de las que cree que en el bicentario de la independencia no hay mucho que celebrar. Por las consabidas razones de nuestra dependencia hacia Estados Unidos, porque la esclavitud sigue existiendo de facto para muchos campesinos sometidos por caciques. Porque al fin, en México la historia es una vacilada que olvidamos en menos de seis meses y volvemos a repetir tercamente hasta extremos ignominiosos.

Sobre el centenario de la revolución, ni qué decir. La revolución identificada como utopía desde la Revolución Francesa es en nuestro país un fracaso. Las conquistas de ese movimiento, supuestamente consagradas en los artículos 3, 27 y 123 son hoy letra muerta. ¿Cuál educación con los más de 7 millones de ninis, los analfabetas funcionales y demás horrores auspiciados por Elba Esther? ¿Cuál tierra para quien la trabaja y recursos naturales para la nación? ¿Se le olvida a nuestro gobierno que parte de la catástrofe de British Petroleum es culpa suya por permitir a extranjeros la explotación de hidrocarburos nacionales? ¿Cuál trabajo si la ley cada vez es más castigadora con los empleados? ( para muestra: trabajé casi tres años en el gobierno y NUNCA tuve Seguro Social, ni aguinaldo, ni nada de nada).

Pero en medio de tanta celebración falsa, hay un aniversario que auténticamente me dan ganas de celebrar. La UNAM, la mejor universidad de Latinoamérica, cumple 100 años.


Yo estudié en la UNAM, en Ciudad Universitaria, en la facultad de Filosofía y Letras. Amo entrañablemente a mi universidad y todo lo que representa, porque de ella aprendí cosas cruciales, sobre todo fuera de las aulas, pero también dentro de ellas. Porque la diversidad intelectual, social y hasta económica de mi compañeros y maestros me ha resultado crucial para entender el mundo. Porque ninguna institución me ha dado más que la Universidad en formación cultural, estética, política, social, académica.

Literalmente, pude haber sido "hecha en CU". Mi mamá estudió en la facultad de Química, y mi papá solía visitarla allí. De hecho, la torre de Rectoría es uno de mis primeros recuerdos: cuando nací mi mamá aún estaba terminando su tesis, basada en su experiencia laboral (y al ver ratones enjaulados en la facultad yo le proponía liberarlos). Mi abuelo materno fue de los cientos de mexicanos que abandonaron su lugar de origen para venir a la ciudad de México y estudiar en la UNAM. Ingeniero, venido de Jalisco, tuvo ocho hijos, de los cuales cuatro fueron también pumas.


Creo que la UNAM, a diferencia de la mayoría de las instituciones del país, es la cristalización de una verdadera conquista social: la educación pública y gratuita de altísimo nivel. La Universidad somos todos: sus alumnos, sus maestros, los miles de profesionistas que han egresado de ella y han dado rostro al país. La UNAM es para mí la prueba de que, por más que seamos tercer mundo, también podemos hacer cosas de primer mundo. La constancia fehaciente de que cuando trabajamos unidos los mexicanos lo podemos todo.

La UNAM no es sólo de los que somos pumas; es de todo el pueblo mexicano que la financia con sus impuestos. Quienes como yo hemos tenido el privilegio de estudiar en ella, de pasear en sus jardines, de usar sus bibliotecas, de asistir a sus cátedras tenemos una deuda inmensa no con el Estado, sino con todos los mexicanos.

Por eso, ¡gracias México por estos 100 años de UNAM!

martes, 14 de septiembre de 2010

Malo si sí...

Libertades que no son más que una palabra hasta que uno las toma y paga su precio.

Patria que no existe fuera de una cama, salvo en memorias.

Independencia de los propios miedos, de los odios, de los límites.

Fiestas que son sólo una fiesta interna.

Septiembre, pues. Malo si no.